Alexander sostuvo el arco sobre las sílabas de acero que se situaban suspendidos en el aire y el tiempo.
Comenzó a acariciarlas como si de delicados lirilillos levitando se trataran. Se paraba con parsimonia desnutrida al final de cada suave gesto.
Acelerando, su sensualidad y creciendo, su complejidad; hasta arrebatarse en un voraginoso espiral de movimientos violentos, obteniendo perturbaciones melódicas que volaban, violando, crudamente, el silencio. Precipitaba, vertiginosamente, sus vivencias en esa apariencia de virtud musical, buscando avivar, desesperado, la solemnidad de su instrumento.
Pero no lo conseguía
Me violentaba, rápidamente. Venían a mis oídos vibraciones viscerales que provenían de las frías cuerdas de acero. Chillaban estrepitosamente con cada acuchillada que le arremetía, arrancando veneno victorioso de su vena viciosa. El atormentado violín, regurgitaba sinfonicámente, contaminando el aire de resina vomitada.
Bruscamente, cesó, con un sonido ignominioso. El aire buscó reposo y el eco reinó en el salón. Se omitió el aplauso, el pensamiento o la perturbación del silencio, con la voz. Ostentoso, hallose el auditorio, vacío. Alexander estaba sólo. Sólo y obstinado a recibir su aplauso mudo.